Reconocer la importancia de los espacios públicos da, en sí mismo, pocas claves para determinar qué constituye un “buen espacio público”
M.Hajer, A.Reijndorp
A pesar de la popularidad alcanzada por la arquitectura recientemente, la influencia de los arquitectos en las decisiones sobre el futuro de nuestra ciudad pareciera al mismo tiempo, y paradójicamente, decrecer. El arquitecto Enrique Ciriani cuenta que cuando dejó el Perú, tuvo que aprender a ser preciso y a saber nombrar las cosas. Bastante de esto nos falta, ciertamente. Si ahora que se construye como nunca antes nuestra opinión es ignorada o malinterpretada es, en gran medida, debido a nuestra falta de claridad.
Hoy en día, hablar de la necesidad de espacios públicos en la ciudad equivale a hablar de las bondades de la comida peruana, no hay nada más políticamente correcto. Pero “espacio público” es un término de múltiples interpretaciones – vago en sí mismo – y su ambigüedad se refleja en aquellos responsables de manejar nuestras ciudades. En su iluminado libro “En Busca del Nuevo Dominio Público”, Hajer y Reijndorp dejan de lado la típica definición del espacio público para tratar de entender, sin prejuicios de por medio, qué es lo que hace mejor un espacio colectivo. Para esto prefieren el término dominio público, que entienden como “aquellos lugares donde es posible, y de hecho sucede, un intercambio entre distintos grupos sociales” sin importar si son nuestros impuestos los que pagan por ellos. Larcomar por ejemplo, si bien de manejo privado, es un espacio de dominio público. Aunque sería imposible desmenuzar su argumento en este corto artículo, sí podemos tratar de derrumbar algunos mitos.
Somos Libres
Solemos decir que en el espacio público somos libres de hacer lo que queramos y que todos somos iguales frente a él. Esto es, en el mejor de los casos, impreciso. Por el contrario, los espacios públicos son aquellos lugares donde aprendemos que no podemos hacer lo que nos venga en gana pues compartimos la ciudad con personas muy distintas a nosotros. Son, en esencia, espacios de confrontación (en el sentido menos bélico del término) donde la fricción con lo distinto ofrece la oportunidad de cambiar o reafirmar nuestras propias creencias. Para Hajer y Reijndorp, “la paradoja es que lo que muchos experimentan como un espacio público placentero es en realidad dominado por un grupo relativamente homogéneo (…) y uno experimenta este espacio como dominio público precisamente porque no pertenece a ese grupo dominante”. Uno sabe, por ejemplo, que en el Parque del Amor se topará con empalagos de todo tipo. Sabe que muy cerca, si se sienta cerca al acantilado, le aterrizará un parapente en la cabeza; y también sabe hay una parte del Parque Salazar en el que un skate perdido le podría triturar los tobillos.
Sin Límites
También solemos decir que en el espacio público cualquier división o restricción de acceso o circulación nos divide. Vayan ustedes al Parque del Retiro en Madrid, a Les Buttes Chaumont en Paris, a Hyde Park en Londres, al Ibirapuera en Sao Paulo, al O´Higgins en Santiago o al Parque Kennedy en Miraflores. Todos son enrejados con horarios de acceso; y todos son públicos, emblemáticos y funcionan maravillosamente en sus ciudades. Las rejas en los parques no son un problema per se. Es más, las rejas alrededor de un parque público sugieren precisamente que, al entrar, uno deberá seguir ciertas reglas de comportamiento. Y eso no está mal. Las rejas no funcionan siempre ni son aplicables en todos los casos, claro está. Pero en contra de ese concepto de la ciudad como espacio de integración total, las rejas ayudan a definir los espacios. Y aunque suene extraño, es delimitando las áreas que los espacio públicos resultan más atractivos para una mayor diversidad de usuarios. Sin áreas diferenciadas, sería imposible que convivieran grupos tan heterogéneos como los enamoradizos, los niños, los parapentistas y los amantes del circo o de las mascotas en ese milagro urbano que es el Parque Lineal de Miraflores.
Te Quiero Verde
En Lima espacio público es sinónimo de parque y parque es sinónimo de jardín. No tendría nada de malo si es que no viviéramos en un gran desierto y el agua fuese nuestro recurso natural más escaso. Nunca he entendido a qué se refiere exactamente la expresión: “estamos muy por debajo de los 8m2 por habitante de áreas verdes que recomienda la Organización Mundial de la Salud”. ¿Se refiere a espacios abiertos? ¿Sólo públicos o sólo verdes? ¿Los enormes clubes privados de Chosica, por ejemplo, cuentan? ¿Con la bahía que tiene Lima, puede compararse con “ollas” como México D.F. o Santiago? Es poco preciso. Lo que sí es evidente es que a las autoridades se les ha dado por sembrar parques con jardines en los lugares más inapropiados como los Parques de la Democracia y el de la Cultura en el Centro, o el Parque del Surfista en Miraflores. Y que anunciar mantos verdes en otrora lugares deprimidos o desérticos, como La Parada o la nueva Costa Verde, garantiza unos votos. Felizmente hay quienes piensan alternativamente. En su proyecto para el Parque Flor de Amancaes, Aldo Facho y Abalosllopis Arquitectos “utilizan flora local y sistemas alternativos de generación de agua para la creación del parque, pero no como una gran alfombra de césped ajena al lugar, sino como un gran parque de árboles nativos tapizado con cubre-suelos sobre suelo natural estabilizado y puntuales zonas ajardinadas”, en sus palabras.
Veo con gran ilusión que el debate sobre el espacio público esté hoy en boca de todos los arquitectos, pero debemos ser bastante más precisos para que, cuando nos escuchen los que están al mando, puedan tomar decisiones más acertadas.
Publicado en El Comercio el día 20 de Julio del 2013
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