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Nos dirigimos hacia nuestro próximo destino: El Centro de Aprendizaje Rolex (CAR). En el camino, la no-arquitecta del grupo consulta: ¿y qué estamos yendo a ver? Buena pregunta. Los supuestos “especialistas” no sabemos a ciencia cierta, pero ensayamos varias respuestas: una mediateca, un auditorio, áreas de estudio, oficinas, una tienda de libros, una cafetería, un espacio público. El CAR es todo eso y más, pero en esencia -títulos aparte- es un nuevo ensayo tipológico en esa constante evolución que las bibliotecas vienen experimentando para salvar su género en este cambiante Siglo XXI.

Por un lado, en tiempos de Kindles, I-pads y demás “tablets”, donde la información se encuentra esparcida por todos lados, hoy la biblioteca sigue siendo precisamente aquella institución capaz de ordenarla, juzgar su calidad y asistirnos en su búsqueda precisa. Por el otro, las bibliotecas pretenden ser hoy no sólo una simple colección de libros, sino más bien un espacio de encuentro social; quizás un apéndice del espacio público, de permanente estimulación visual, que permita la investigación interdisciplinaria y el surgimiento de nuevas ideas. De acuerdo a la arquitecta Oriel Prizeman: “son precisamente aquellos proyectos que intentan negociar la relación entre la masa de conocimiento y el espacio público los que realmente tienen un complejo desafío”.

Último Destino

No hay dudas: hemos vuelto a Suiza. Los autos se detienen para que los nueve peruanos crucen la pista, los paisajes no se pueden creer y los cafés cuestan siete dólares. Y yo que pensaba que Londres era caro… Estamos en la ciudad de Lausana, capital del cantón francés de Vaud. Nos dirigimos específicamente al campus de la École Polytechnique Fédérale de Lausanne (EPFL), un “hub” internacional dedicado a la ciencia y la tecnología. Se supone que de aquí saldrán los genios del mañana.  La biblioteca es el nuevo corazón del campus y, aunque es 31 de diciembre muy temprano en la mañana, el lugar está completamente ocupado. Los suizos se la toman en serio: el edificio está abierto los 365 días del año, de 7am a 12am.

SANAA

En el año 2004 los directores de la EPFL decidieron convocar a un concurso para el diseño de su nueva biblioteca. Querían -como todos en estos tiempos- un “star-architect” y terminaron por elegir a SANAA, el más joven integrante del “club”.  SANAA es una oficina formada por la pareja de japoneses Kazuyo Sejima (55) y Ryue Nishizawa (45) que nace en 1995 con el objetivo de juntar ambas prácticas individuales para desarrollar proyectos de mayor escala. Su maestro, el arquitecto japonés Toyo Ito, define así su trabajo: “Su arquitectura tiene una condición diagramática –claridad de la organización, de relaciones entre los espacios- que se mantiene en el edificio construido gracias a la austeridad formal y material y a la delgadez de sus elementos constituyentes”. “Arquitectura diagrama” la llama Ito. La pareja siempre está repensando los límites, los bordes, los cerramientos. Trabajan en el limbo del interior y el exterior “desmaterializando” el edificio para abrirlo a los alrededores, hacerlos parte de la ciudad o fusionarlo con sus usuarios.

El 2010 fue un año especial para Sejima y Nishizawa. Obtuvieron el Premio Pritzker, fueron elegidos como los curadores de la Bienal de Venecia y la Serpentine Gallery les encargó su nuevo pabellón. Como si fuera poco, terminaron su más grande y ambicioso proyecto construido hasta el momento: El Centro de Aprendizaje Rolex.

Paisaje Artificial

Durante el concurso, SANAA descartó la idea del edificio vertical. Aunque parecía lo lógico -para así aprovechar las fabulosas vistas del lago Lemán- Sejima y Nishizawa optaron por hacer un perfecto rectángulo horizontal que les aseguraba la continuidad espacial que los usuarios debían percibir. El planteamiento, como dice Ito, es claro: un diagrama hecho arquitectura. Es cuando se pasa a la tercera dimensión donde comienza lo difícil, cuando SANAA comienza a jugar.

Piso y techo ondulan en forma paralela para definir los ambientes sin separarlos. A SANAA le gusta repensar los límites: los espacios no se dividen por las paredes sino por el paisaje artificial. Los desniveles responden también a las vistas exteriores y, junto a los patios, no permiten que el edificio sea percibido todo a la misma vez. Continuidad y discontinuidad espacial. Apertura y cerramiento. La transparencia física y literal no es necesariamente el objetivo. En esta nueva topografía cada usuario puede encontrar su lugar, las deformaciones sugieren las maneras de usar el espacio, aunque no las establecen rígidamente. La flexibilidad no significa indefinición espacial sino intercambio de usos.

SANAA no escapa a sus raíces japonesas, es también ligereza y translucidez. En un alarde técnico el concreto del techo fue “vaciado” de forma continua durante dos días para asegurar su máxima performance. Los dos planos (piso y techo) parecen flotar entre ellos. SANAA es ligereza y lo logra reduciendo la estructura a dimensiones “imposibles” hasta hacerlas desaparecer.

El diario inglés The Guardian define el edificio como “Una utopía hippie adaptada para los futuros maestros de un universo tecnológico”. Sin embargo, llevar una idea al extremo utópico tiene su precio y si, como afirmaba Mies Van der Rohe, Dios está en los detalles; por aquí no ha venido. Algunos espacios pueden entenderse como residuales más que libres. El paisaje artificial puede ser caminado pero adaptar el edificio a los requerimientos de discapacitados los obligó a atiborrar de rampas accesorias el proyecto. Puede ser que la “topografía” divida los espacios pero hasta en Suiza se roban los libros y así comienzan a aparecer los maseteros, los cables y demás límites forzados. Es quizás el precio que hay que pagar cuando se quiere dar un paso más. Como dice Oriel Prizeman, es aquí donde está el complejo desafío.

 

Publicado en El Comercio el día 10 de Marzo del 2012_

Rolex 02

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